sábado, 19 de abril de 2008

De invierno


Sentir su mano por equivocación en el pasamanos del 64 de vuelta a casa, alrededor de las once. Aquella electricidad casi graciosa y su boca torciéndose, como lo haría tantas veces después, de manera cómica hacia un lado, como conteniendo la sonrisa, como negándose a reír. Aquel aspecto de orden desordenado, de rebeldía perfectamente dosificada en cada pitada del cigarrillo. Bajarse en la misma parada, ajustarse el piloto porque el viento corta la piel como navajas de afeitar herrumbradas y caminar esas dos, quizás tres cuadras uno delante del otro. Llegar hasta la esquina y romperse a reír (de manera contenida, claro está) el uno frente al otro, con timidez, con inocencia. Que yo soy Man (por Manuel) y vos Mal (por Malvina), que ¡las coincidencias de la vida! y aquel café, si total yo tengo que esperar unos veinte minutos (que bien podrán ser tres horas, cuatro tal vez) y vos no tenés apuros, además el frío y en cualquier momento se larga a llover. Sí, es raro para los dos, pero a veces son los extraños los que más se entienden, sobre todo cuando el cielo está tan gris que dan ganas de largarse a llorar sobre el hombro de cualquiera y tus hombros... Tus hombros y tus ojos, la boca torciéndose que ya nombré y las ganas de contener la respiración un rato largo mientras te miro y me quiero acercar un poquito a tu estado flotante, a tu manera etérea de desplazarte abajo de el tapado que te cubre hasta las rodillas. Risas entrecortadas (¿les nombré que no nos permitíamos reír?), salir a fumar porque adentro está prohibido y el silencio más ruidoso que escuché en mi vida, mis ojos te gritan y vos les respondés, tranquila como sos. Al final la reunión no era tan importante y de todas formas ya estaba llegando tarde; acompañarte a comprar aquel libro que no habías elegido en ninguna vidriera y llevarte hasta mi plaza (porque es mía) a fumar otro cigarrillo abajo de la glorieta que está empezando a quedar pelada por el invierno. Nos gusta el invierno, es la excusa perfecta para sentir el olor a café entre los dos y caminar hasta el anticuario a ver si encontrás lo que no estás buscando. Las despedidas son lluvias ácidas, son fríos despedazadores y la incertidumbre de saber si nos volveremos a cruzar (cuando vos y yo sabemos que sí, que claro) porque los teléfonos nos incomunicarían y tu casa y la mía siguen manteniéndose misteriosas en la sombra.
Invitarte a pasar, seguramente en el quinto encuentro, quizás una vez antes. Dejar a la cafetera protestando en la cocina y mirarte a los ojos, ver mi reflejo ahí, en ese espejito que tenés entre las pupilas y el iris y sentirme diminuto frente a lo que sos (o lo que bien, creo que sos). Sacar fotos desde la ventana o alguna visita a la terraza, inmortalizar por siempre la sonrisa chueca de la que, creía, nunca iba a cansarme y pegarla en la pared que decís que tanto se parece a mí, la de las fotos y los cuadritos diminutos que le compré a aquel artesano en la calle. Regalarte un beso tímido, porque no creo en eso de andar robándolos, y sentir tus manos calentitas (al contrario de las mías) abrazarme para llevarme a ese lugar donde vos vivís, a dos centímetros y medio del suelo. Desordenar el futón, una y otra vez, con lo obsesivo que soy con el orden, y volver a hacerlo. Morir y renacer cada vez, de a dos, juntos cerca del radiador o sobre la alfombra. Caminar hasta tu casa para que las nubes lloriqueen un poco más de lo usual y podamos encontrar la otra excusa ideal para ser uno solo los dos esta vez en tu lugar, refugiados abajo del cuadro que empezaste y nunca terminaste (y que tanto me gusta así, por cierto).
Como todo en vos, o como todo en nosotros : inconcluso. Inconcluso nuestro comienzo, que prácticamente ninguno de los dos recuerda ni define e inconcluso nuestro final que nunca llegó siquiera a serlo. Probablemente ninguno de los dos comprenda bien en qué momento dejó de garuar y la glorieta se cubrió de flores. En qué momento el sol nos derritió el hielo en la vereda y nos levitó con la humedad de los cuarenta y tantos grados alejándonos unos cuantos pasos/kilómetros el uno del otro. Pero entonces sentir el viento frío colarse por la botamanga del pantalón y el olor a café y ¡casualidad! el encuentro inesperado en el 64, los libros, mi futón y acercarse a la chimenea para mirarnos de cerca, a esa distancia que tu nariz se vuelve graciosa, y entender que el frío es lindo cuando es de a dos y entonces los labios de cerca, el espejito en tus ojos y la lluvia en la ventana mirándonos indiscreta...

7 comentarios:

Anónimo dijo...

que hermosura
se siente como si me hubieras sacado las palabras de la mente.

La Luna dijo...

Es hermoso este texto, más cuando no llueve.

Saludos.(todo el tiempo mientras leía me venía la voz de Cortázar a la memoria)

Anónimo dijo...

La muchacha Luna por no decir robo, dice reminiscencias...
Jaja, feo, escuchame, yo leo esto, y aparte de pensar en El cuello del gatito negro (sólo la primera parte de tu texto), en el libro que tenés que terminar y devolverme, en cómo mierda vas a hacer con las previas, en qué feo sos, en Xuxa, y en Wanda Nara, pienso, también:
Por qué mierda se eligió una carrera tan de alpargatas, si este feíto debería estudiar letras.

Así, feo.

Ya estoy muerto dijo...

Que chabón romántico. Al pedo; porque no te podés levantar ni a la que te responde sola por massinger.

Muy bueno como escribís. Forro.

Barrabasada dijo...

vos te pensas que voy a leer esto ?
no ni en pedo , los no interesantes cuentos de un corporativista que desprecia a arlt.
no.

Charini dijo...

me encantó, así te lo digo, me encantó

Val dijo...

Empezar a leer sabiendo que ya lo había leído... y decir "dos frases más y listo" pero nunca dejar de leer. Seguir y seguir. Y llegar una vez más al final del mismo texto que tanto me gusta y que fueron 2 veces las que recorrí todas sus palabras con mis ojos y mis anteojos nuevos como un objeto más entre tu escritura y yo.
Viste? No soy la única que se acuerda de Cortázar al leerte.
Un beso Tomi!