Todavía recuerdo esas épocas. Era junio y teníamos doce años. El frío se hacía notar cada vez más crudo y en el recreo nos quedábamos cerca de la estufa. A veces salíamos, cuando el preceptor nos retaba, nos decía que el curso no podía quedar con gente en los recreos y entonces aparecía ella. Ella era la-chica-más-linda-del-colegio. Todos la miraban pasar, comentaban sobre su perfume, sobre la forma de su cintura. Morían por pisarle la sombra para sentirse un poco más cerca de ella, por absorber el monóxido que ella desechaba cada vez que respiraba.
Entonces llegaba el juego, la competencia de quién había podido hablar con ella en la fila del kiosco, o quién había conseguido su número en la guía telefónica. Todo funcionaba a su alrededor, uniendo a una manada de adolescentes nuevos en el perfume de un curso cargado de hormonas e invierno. Pero no era a ella a quién yo miraba en la formación ni por quién moría lentamente en cada recreo de diez/quince minutos. Había alguien más (aunque nuestros ojos se suponían cegados por la luz que irradiaba aquella criatura inalcanzable). Entre su séquito de entonces invisibles amigas, existía esa chica que nadie miraba, que combinaba una bufanda blanca con una constelación de perlas habitantes de su boca. Aquella con la que yo tenía un pacto secreto de miradas, un jugueteo inaccesible al resto de púberes exaltados por sus trabajos hormonales.
Nuestro código morse duró un lapso indeterminado. Recuerdo que le clavaba las pupilas como un puñal en el medio de su cara, atravesando setenta y cinco metros de baldosas sin brillo del patio y permaneciendo en lo oscuro de sus ojos café. Un pestañeo significaba que sí, que había comprendido mi señal. Aunque a veces... a veces desviaba su mirada hacia el mástil o hacia la-chica-más-linda-del-colegio para susurrar algo o reír de manera empalagosa. Entonces era señal de que mi código no estaba funcionando, de que los pestañeos eran simples acciones motoras de lubricación ocular y que, una vez más, mi fantasía se había apoderado de la realidad.
El invierno llegó a su fin, y con él desapareció la incandescente bufanda blanca. Pronto la primavera se encargaría de llenarme la cabeza de pájaros y cartas que nunca le mandaría. Entonces los primeros calores y el infernal verano, que me separaría durante tres completos meses de sus pestañeos matinales y del blanco de sus dientes. Y lo demás siguió su ritmo normal, hablar de vez en cuando con los pibes de la-chica-más-linda-del-colegio, tirados en el parquet tratando de soportar el calor de la siesta e intentando disimular mi falta de interés, contenerme algún que otro suspiro y pensar en que todavía restaba un mes.
Finalmente, el olor a tiza me llenó los pulmones otra vez, signo de que nuevamente volveríamos a hablar a través de las retinas . ¡Pero qué equivocado estaba!. El verano había hecho estragos en ella. El pelo largo hasta la cintura, delgada, curvilínea en unas calzas azules que le restaban el trabajo a la imaginación. Obra maestra de un verano arquitecto merecedor de un premio nobel. Busqué con desesperación algún brillo en sus ojos aquella mañana a las diez y treinta y cinco, pero fue en vano. Fue en vano aquella primera mañana como todas las demás de aquel año. Con inocente obviedad me acercaba cuando la veía pasar hacia la fotocopiadora o corría a la cola del kiosco en cuanto veía sus calzas desfilando por en frente mío, pero ya nada parecía llamar su atención. Era casi como si mi presencia la molestara, toda la torpeza de mi desesperación se había transformado en una irritable carga para ella. Y así fue que la dejé ir, con su bufanda y sus calzas, con sus perlas y el brillo del sol perdiéndose en una mata de pelo negro con el que soñé durante tantas otras noches ese año y los siguientes...
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5 comentarios:
Qué linda y triste historia narrada de tan perfecta, atrapante y detalladamente. Me atrapó. Me encantó.
gracias tomas a vos por pasar por el blog.
a veces da mucha paja dejar comments, pero cuando lo merece lo merece.
anda a ver historias extraordinarias porque es un mazazo en la cabeza.
hagas lo que hagas no salis igual después de esa maravilla.
voy leyendo tu blog para atras de un cachito por día.
mucho talento man.
lo voy a recomendar a full
el de las pecas me volvio loco!!
abrazo
hermoso
generate tantas imagenes en mi mente mientras lo leía...
pobre chico, su amor platonico se volvio superficial =(
y sí el verano hace estragos
un abrazo a la lejania tomcito
amigo deje de pisar el colchón de nubes!!!
Me afecto mal este post. Sera que los recuerdos de la secundaria me pegan mal?! mmm por momentos crei conocer al que escribe este blog y pense que se trataba de la persona de la cual obviamente no se trata.
De acuerdo 100% con Celeste, los veranos hacen estragos.
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