miércoles, 7 de abril de 2010

abriles: futón

Nada demasiado especial. Caminar tres cuadras hacia el oeste hasta la oficina con el sol de la mañana en la cara, masticando el gusto a sueño y el primer cigarrillo del día. Volver, comer algo, letargo y evasión. 6 p.m. levantarse del sillón, enfundarse el cuello en un pañuelo porque es abril y el viento traicionero, el sol llega despacito hasta la maceta en la ventana y está oh, demasiado cansado, como para atravesar las cortinas. Llevo 10 minutos de atraso, ¿y qué? al final es siempre lo mismo, sentarse, esperar que el tiempo pase y escuchar algo aburrido que le pasó a alguien aburrido en el medioevo y que lo mandaron a matar por hereje. A mi también me hubiesen matado en esos tiempos. Camino y me doy cuenta que me desvié diez, doce, quince cuadras hasta encontrar tu puerta. Me siento en la vereda: cigarrilo número 7 del día. Empiezo a pensar en que estas cosas no pasan, que el cine arte me lavó el cerebro y que probablemente te mudaste al Sur o volviste al Norte. Las manos se me congelan y me empieza a arder la garganta de tanto fumar. Ya son las 7 y está oscuro. Me levanto y me da un poco de vergüenza seguir pensando como hace 3 años, es hora de darse cuenta que estas cosas no pasan y al final es siempre igual, si total ... y entonces vos, con tu mejor cara y los dientes blancos. Me invitás a entrar, como si nada hubiera pasado, como si nada fuese a pasar. Me sacudo el frío en la escalera para sentarme en el futón hasta esperar que me ofrezcas un té. Televisión, un disco, tres cigarrillos más. Cuando se trata de vos, yo, y el futón, no hace falta nada más.

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