
La cortina dorada de su pelo caía obediente a la gravedad sobre su espalda hasta la cintura. Su mirada de lente lo observaba mientras él se dejaba fotografiar con naturalidad. Un click y un vidrio que los separa, después dos miradas que unen sus mundos paralelos. Así era él: una barba corta de tres gramos de sal en cien de pimienta, un par de ojos diminutos y una mandíbula cuadrada que enmarcaba la más sincera de las sonrisas. Ella en cambio era una cámara al cuello y dos piernas delgadas, un par de ojos enormes que caían al vacío en los extremos y una sonrisa imperfecta que se mostraba torpe e inocente. Así eran ellos, tan opuesta e imperfectamente el uno para el otro, tan desconectados y unidos entre sí. Él caminaba distraído, perdiéndose entre la muchedumbre para leer algún diario tirado en el suelo, algún afiche en la pared. Ella atropellaba al mundo entero con su huracán interior, buscándolo incesante para tranquilizarse a su lado, para equilibrar sus objetivos y continuar un camino sin rumbo. Caminaban en un tiempo de exposición diferente, desenfocados para los demás, nítido para ellos. La mano torpe de ella a veces movía la lente y volvía borrosa la imagen de la vida, pero siempre contaba con la mano de él haciendo foco más allá de donde ella podía ver, volviendo a la fotografía perfecta que intentaban crear juntos. A veces ella se irritaba, se cansaba de que él no cometiera los mismos errores y torpezas que ella, se enojaba por no encontrar razones para dejarlo y poder echar a correr sin rumbo con las alas abiertas. Después, claro, se daba cuenta de que correría hasta un precipicio suicida sin él a su lado y regresaba al cobijo de sus brazos fuertes y su mirada chiquita que le devolvían el sentido a las obturaciones del corazón, a los rollos acumulados en el fondo del placard y a los besos con flashes en la oscuridad.
3 comentarios:
Hay muchas cosas que no te imaginás de mi. Una de ellas es que cuando tenía 7 años, me ponía papel higiénico... es una larga historia.
(aparentemente sos Tomás, y aparentemente, también, contás con una muy linda pluma)
(odié a la fotógrafa)
Una se esmera ¿no?.
Se pasa todo un día cocinando, lavando los platos, esclavizada por la presión de ser la anfitriona, cual ama de casa dependiente de su marido y sus críos salvajes y hórridos.
Corta ciboulette en pedacitos chiquititos, hace empanadas de ingredientes exóticos.
Está bien, o sea, ella, más allá del placer y agonía del agasajo, disfruta de la preparación, de la maceración y sobre todo de probar con el cucharón y tener la certeza que los tiempos fueron los indicados.
Entonces llegan los bárbaros, los gorditos, los hórridos, arrasan con el festín delicado y perfectamente distribuido como una jauría de perras gordas, y no les calienta nada, hablan boludeces, se ponen papel higiénico en el bulto, cantan High School Musical como si uno se deleitara con las voces chirriantes, como si a uno le inetersara si Zach Efron se plancha el pelo o no. Y se van, así, como si no les correspondiera limpiar nada.
Putos.
Manga de vikingos, la próxima comprense una docena de panchos en Dennis Burguer y ahorrenme la molestia. Hórrido.
Jajajajajajaja, me encantó el comentario de "Señorita" jajajajajajajja, y si, tiene bastante razón. jajaja
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