viernes, 7 de agosto de 2009

(son multitud) II

Con la mudanza llegaron los nuevos cambios. Aprender a adaptarse a la vida en la ciudad, al ruido de los autos desde la ventana, a dejar de sentir el olor a alcanfor en el jardín y conformarse con un balcón con baldozas rojas enceradas. También llegó, por supuesto, lo más temido: el nuevo colegio. Esta vez era más como un desafío y entre tanto ruido de mudanza y microcentro apenas me preocupé por pensar en lo que vendría. Con siete años recién cumplidos entré a segundo grado por la puerta grande. Era un colegio católico de varones solos a cuatro cuadras de mi casa y desde un principio todo fue viento a favor. Era más alto que el resto, venía de otro lugar, dibujaba mejor que todos y, como si fuese poco, sabía escribir con letra cursiva y leía de corrido. Me sentía un James Dean de escuela primaria, con actos de rebeldía como contestar a las Señoritas (en este colegio no habían rastros de ninguna "Miss") o ir y volver caminando solo cuando al resto no lo dejaban cruzar la calle sin la compañía de un mayor.
Todos querían sentare conmigo, cual rockstar extranjero que se incorporaba al curso, y yo me sentía nadando en leche condensada. Así fue que conocí a "P".
"P" era bastante distinto a mi, era más bajo y delgado, tenía el pelo rubio y con rulos y ojos celestes cual querubín. Era la clase de chicos que se tomaban todo bastante a la ligera, no tenía problemas con nadie, hacía su vida. Era divertido, sociable y aunque no se destacaba en nada, todos lo querían y, modestia aparte, al mismo tiempo lo envidiaban por ser mi amigo. Así fue como transcurrió mi primaria entera de la mano de "P", inventando historias que sólo nosotros nos creíamos y riéndonos a escondidas del resto del curso. Por supuesto, hubieron otros amigos en esos 5 años en los que fuimos inseparables, pero ninguno estaba a la altura de "P". Él me acompañaba en todas mis ideas y su jardín era lo más cercano a la jungla que un chico pos-moderno-de-ciudad como yo podía tener.
Cuando cumplimos doce años empezamos la secundaria. Era todo hormonas y ventanas empañadas. Fue durante ese año de axilas odorosas por primera vez que nos hicimos más inseparables que nunca. Podíamos compartir gustos por la música, salíamos juntos, nos pasábamos las tardes de viernes dando vueltas por el shopping de la zona y nos reíamos hasta hartarnos como cualquier pre-púber y su ingreso a la famosa edad-del-pavo.
Llegó el verano, los 34º sobre el asfalto y con él la prueba más difícil de todas: irnos de vacaciones juntos. Mis viejos todavía tenían nuestra ex-casa en el norte y nos íbamos a pasar todo diciembre allá, y "P", después de rogarle a su mamá que lo dejara, nos acompañaría.
Llegamos un día antes de que fuese mi cumpleaños que también, por más increíble que suene, es el día en que "N" cumple años. Rigurosamente como todos los años hasta ese año, la llamé a su casa, esta vez para darle la sorpresa de que estaba ahí y de que íbamos a poder pasar el día juntos. Nos encontramos en una heladería a algunas cuadras de mi casa, "N" con su séquito de amigas enamoradas de Leonardo Di Caprio y yo con "P", enamorados de Luisana Lopilato. Todo fue clima de reencuentro, de recuerdos, de abrazos de más cariñosos y de vuelta a sentir ese calorcito en el pecho que no había sentido en todo mi tiempo de escuela católica para varones.
Así fue que siesta tras siesta nos juntábamos para ir a la pileta de "N", de alguna de sus amigas y hasta incluso de "A", a quien también volví a ver durante todo aquel mes de diciembre. Todo iba bien bajo aquellos 40º de sensación térmica y conforme aumentaba el clima, volvían mis escondidos sentimientos por "N".
Una tarde, mientras tomábamos coca-cola en el borde de la pileta, pude ver como "P" y "N" se veían de manera diferente, se reían sin hablar y se salpicaban el uno al otro con los pies sumergidos en el agua. ¿Cómo describir aquella sensación? . Era una mezcla amarga, amarguísima que ni se comparaba con nada antes vivido. Era un combo de odio a mi mejor amigo, de celos y de bronca. ¡Atrevido! . Ella formaba parte de mi pasado y había sido mi secreto no tan bien guardado durante los últimos cinco años y ahora, él, descarado mocoso de rizos perfectos se atrevía a salpicarla de agua. Mis torpes intentos por acercarme a ella siempre terminaban en alguna catástrofe: le tiraba la coca-cola en el pelo o la empujaba sin querer al agua. No había caso, nada de lo que intentara podía revertir aquella situación en la que yo mismo, iluso, me había puesto.
Las noches eran incluso más difíciles que los días. Bajo el frío del aire acondicionado y con "P" durmiendo a mi lado, dormir se hacía imposible. Eran enorme mis ganas de confesarle que yo estaba enamorado de "N" y que lo había estado desde hace tantos años, y por otra parte no pensaba más que en asfixiarlo con la almohada mientras roncaba plácidamente. La mayoría de las veces me sentaba dramáticamente en el balcón a pensar en lo injusta que estaba siendo mi vida y fantaseaba con que era parte de una telenovela y que los espectadores pensaban que yo era el bueno y "P" el canalla de la historia. Si en ese entonces hubiese fumado, hubiese sido la postal perfecta del dramatismo adolescente.
Finalmente ocurrió lo inevitable: "P" y "N" se pusieron de novios. En un torpe descuido mío en el que fui al kiosco, las amigas de ella crearon la situación perfecta para dejarlos solos y que ocurriese la divina tragedia. Me acuerdo que cuando volví los vi abrazados con aires de satisfacción en la hamaca paraguaya y yo intentaba controlar las lágrimas que explotaban, de dolor, de bronca y de celos.
La última semana de diciembre fue básicamente igual. "P" y "N" acurrucados en algún rincón, yo haciendo comentarios ácidos sobre "lo ridículos que se ven los dos", y el resto del grupo hartándose de mis incontrolables celos y, finalmente, dejándome de lado. Corría con la suerte de que "N" no había dado su primer beso y tenía miedo, por lo que le hice jurar a "P" que él no lo sería. Si bien era el primer "noviazgo" de ambos, no quería bajo ningún aspecto que "P" fuese tan significativo en la vida de ella y tenía la ilusión de que ella, finalmente, descubriese que era yo el héroe mártir de aquella historia de verano.
Al fin llegó el día. Subimos los bolsos al auto y nos volvimos de aquellas turbulentas vacaciones. Para esos días "P" y yo prácticamente no nos dirigíamos la palabra, situación que mi padre desaprobaba tildándome de inmaduro y envidioso. Con lágrimas en los ojos "N" y "P" se despidieron mientras yo esbozaba una sonrisa de satisfacción, sabiendo que los estaba separando por el resto de sus vidas.
Quinientos quilómetros después, "P" y yo ya estábamos riéndonos en el auto mientras cantábamos al unísono algún tema de Cacho Castaña. Al año siguiente dejaríamos de ser amigos.

2 comentarios:

Sarah dijo...

Que jodidamente bien redactado e interesante..

SI me gusta leer la vida de los demas ADMITO! pero pasa no?

Pasa eso que no esperabas ni en puta vida! tu mejor amigo ya no lo es, tu mejor amigo te enteras te miente y tu mejor amigo un dia no es.. quien pensabas que era..

Me paso :l

Saludos, tenes quien te lea los fines de semana desde Paraguay

Ajustando mis velas dijo...

Me debore tu blog entero en 5 minutos. Me encanto
Saludos