Al final todo se reducía al tedio del día a día. La búsquedas de aliados en la guerra fría de los comentarios ácidos, del aparente rencor diario: la batalla de los labios. Ya no existía la sonrisa tibia al desayuno ni las cenas compartidas; de postre la indiferencia y qué decir de las salidas. Las miradas insípidas que daban ganas de correr uno, dos años en el tiempo y las caricias empobrecidas que buscaban los vestigios de lo que alguna vez pareció un cuento. Ange ou démon, fumar sin compañía en el balcón. Subir el tono al final de cada oración para no perder el control, sentirse más solo que quien está solo en el montón. Gritarle a las acuarelas que ¡han perdido su color!, volver a casa tarde y escaparse con el sol. ¿Qué nos ha pasado, mi amor? ¿Quién se ha atrevido a dividirnos el colchón?. Pasarán veinte años y se congelará nuestra habitación o correremos desnudos para vendernos al mejor postor. Acurrucarnos despacio cerca del radiador. Tanto frío, querida, no hace bien al corazón.